25 abril, 2024

La contaminación de los lugares de trabajo es un problema actual de salud ocupacional, principalmente por la fundición primaria o secundaria de metales pesados en enormes hornos piro metalúrgicos. Existen otras causas que pasan desapercibidas, como la contaminación producida por el mosaico de pequeñas industrias clandestinas insertas en las ciudades. La más conspicua de estas actividades es la fabricación artesanal de acumuladores eléctricos a partir del reciclaje de baterías y la consiguiente liberación de vapores de plomo, que constituye un problema ocupacional y ambiental oculto, propio de los sectores de ‘economía sumergida’, del que solo ocasionalmente se escucha voces de alerta, por lo general periodísticas.

Esta industria se inicia con la compra callejera de las baterías en desuso, las que son desguazadas para recuperar el plástico, el ácido y todas las piezas de plomo (bornes, placas positivas y negativas, puentes y rejillas), que luego son fundidas en ambientes precarios, como cocinas domésticas ventiladas solo con pequeños ductos, pues por su carácter clandestino se las mantiene cerradas. El plomo fundido se moldea para fabricar artesanalmente las piezas de ‘nuevas’ baterías y para otros usos, como fabricación de alambre para plomos a usar en fusibles eléctricos caseros, etc.

DAÑOS A LA SALUD

En exposición ocupacional, la toxicología del plomo es conocida: sus vapores y humos que llegan al pulmón son absorbidos en un 50%. La sangre distribuye este metal a todo el organismo, donde puede lesionar órganos blandos, como el sistema nervioso central y periférico. Pero el daño más temprano y ostensible lo causa en la sangre, al interferir la síntesis de globulina en el hematíe, bloqueando la fijación del hierro a la protoporfirina IX, en la formación del núcleo hem. Esto condiciona que la protoporfirina IX se una al zinc y forme zinc protoporfirina (ZPP), que aumenta su concentración en el hematíe. El resultado final de este daño es la anemia normocítica e hipocrómica, con aumento secundario del hierro sérico. Finalmente, el plomo es excretado en 75% por los riñones, a los que también puede lesionar. El plomo es un neurotóxico muy peligroso para el desarrollo embrionario del cerebro y de allí el riesgo de embarazo en mujeres de edad fértil expuestas.

Para el monitoreo biológico en exposición ocupacional, se usa como indicador el plomo en sangre (Pb-S), por reflejar con fidelidad sus concentraciones medias en los compartimentos de recambio. Sin embargo, existen otros indicadores biológicos de exposición (BEIs): en sangre, hemoglobina, en hematíes, zinc-protoporfirina y actividad de la dehidratasa del ácido Δ amino-levulínico (ALA Δ – D); en orina, la excreción de ácido Δ amino-levulínico (ALA Δ), etc. En la práctica diaria, el indicador más usado es el plomo sanguíneo y los otros quedan reservados para solucionar dificultad diagnóstica, diagnóstico diferencial o valoración de daño bioquímico.

DATOS OFICIALES EN ARGENTINA

El trabajo fue realizado por un equipo de ingeniería de la Universidad de Buenos Aires (UBA), y estuvo encabezado por el ingeniero químico Basilio Stepanovic. Según explica, el 94% de las baterías de plomo entra en desuso cada año, situación que genera un grave daño a la salud y el medioambiente. Sólo en lo que refiere al parque automotor en la Argentina, a partir de los 13.000.000 de vehículos que circulan, 7.000.000 de baterías caen en desuso anualmente, lo que representa 4.375 toneladas residuos por mes De esas «baterías basura» sólo se recicla un 6%, y queda el restante 94% en poder del mercado informal, lo que genera un peligro latente de contaminación al medio ambiente y a la población, señalaron los investigadores. Si bien hay referencias que indican que las baterías tienen una vida útil no mayor a los 48 meses, en la práctica duran de 2 a 10 años dependiendo del tipo y calidad de las mismas, así como del régimen de funcionamiento al que sean sometidas. Las baterías de arranque son las de menor vida útil. Estos elementos poseen dos sustancias peligrosas: el electrolito ácido y el plomo. El primero es corrosivo, tiene alto contenido de plomo disuelto y en forma de partículas, y puede causar quemaduras en la piel y en los ojos. En tanto, el plomo es altamente tóxico para la salud humana, ingresa al organismo por ingestión o inhalación y se transporta por la corriente sanguínea acumulándose en todos los órganos, especialmente en los huesos. El plomo de las baterías usadas suele ser reinsertado en el mercado por los trabajadores informales, quienes lo revenden; no obstante, en el proceso de extracción de este tóxico eliminan a los drenajes o a la tierra el ácido, lo que deriva en contaminación grave tanto para el medio ambiente como para su persona, su familia y sus vecinos. La disposición inadecuada de las escorias que se generan en la fundición es otra potencial fuente de contaminación de suelo y agua. La exposición prolongada al plomo puede provocar anemia y problemas en el sistema nervioso central, cuyas consecuencias van desde sutiles cambios psicológicos y de comportamiento hasta graves efectos neurológicos, sostuvieron los científicos en su trabajo. También genera intoxicación a partir de la inhalación. Los primeros síntomas son fatiga, jaqueca, dolores en las articulaciones y los músculos, pérdida de memoria y de apetito, y perturbación del sueño.

En tanto, la prolongada inhalación de plomo puede provocar desde diarrea, dolores agudos en el abdomen, convulsiones y delirio hasta el estado de coma y fallecimiento. Asimismo, puede perjudicar la formación del feto en las mujeres embarazadas y producir trastornos en los niños, tales como problemas neuropsíquicos.

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